Cuando está noche se baje el telón del Teatro Pavón Kamikaze de Madrid, lo hará de forma definitiva. Es un día triste en el que todos y todas deberíamos pararnos a reflexionar sobre cuando un teatro o un cine echa el cierre, parte de la vida se va con él.
Dicen -cosa que yo afirmó- que cuando sales del teatro, no eres igual que cuando entraste y esto en el Pavón se ha visto de forma muy clara, yo lo viví.
Solo he tenido la oportunidad de visitarle una vez hace casi dos años cuando mi chico por mi cumpleaños me invitó a ver Jauría. Una obra muy dura que te remueve y golpea, pero que a mi me liberó en cierta parte de una carga muy grande con la que llevó cargando muchos años. Salí envuelta en lágrimas, con el cuerpo y el estómago revuelto, pero agradecida. Agradecida porque la verdad hay que conocerla y lo que padeció tanto la noche como en el posterior juicio la muchacha de Pamplona es tan dantesco que aquí es donde vemos de forma muy clara -aunque yo lo he visto siempre- el papel pedagógico del teatro.
El shock con él que salió mi chico fue de aupa, cuestionándose cada palabra que haya dicho, al igual que yo, porque a comentarios que hace años -muchos- me parecían de lo más normal, a día de hoy creo que son repugnantes y asquerosos.
Mucho de mi se quedo en aquella butaca del Pavón y desde este rincón muchas gracias por haberme removido.
Muchas han sido las ocasiones en las que sus obras de teatro han ocupado este rincón, recomendando la gran mayoría de las obras que en su escenario se han representado, y hoy siento mucha pena y tristeza, porque no entiendo como esta sociedad normaliza que la cultura quiebre.
Los impulsores y valientes de este teatro han sido: Miguel del Arco, Jordi Buixó, Israel Elejalde y Aitor Tejado. A los problemas que lleva años arrastrando el sector de la cultura, se ha añadido el Covid y que los organismos pertinentes no den ayudas directas a un sector tan vital como el cultural. Madrid no se puede permitir el cierre de teatros y salas de cine.
Y la pena de la que os habló la siento en lo más profundo, recuerdo cuando era muy pequeña y estaba en el hospital, mi madre me leía y representaba obras de teatro con las manos llenas de marionetas. Cuando fui creciendo las visitas a los guiñoles de El Retiro fueron constantes y a medida que fui cumpliendo años no ha habido mejor regalo que compartir que una obra de teatro.
Por eso esa niña interior se siente triste, pero desde aquí además de darles las gracias infinitas por haber hecho de Madrid una ciudad con mucha más vida, solo les deseo que el camino sea lleno de diálogos teatrales y tablas bajo los pies, que no encuentren muchas espinas y espero poderles ver en otro espacio propio, o no, pero seguir disfrutando de sus trabajos lo que me quede en este mundo.
Muchos besos rinconeros y rinconeras y siempre larga vida al teatro
:) :) :) :) :)
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