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sábado, 23 de julio de 2022

Esplendor cinematográfico en Lérida: Alcarràs

A finales de abril llegó la película que os siento este sábado y que tuve la suerte y el absoluto placer de ver hace dos semanas y que después de tantas semanas sigue resistiendo en algunas salas valientes que priman la calidad de las historias a otros factores que hacen que pelis muy buenas y, que quizás por no tener una gran productora detrás para su promoción duran en las salas un constipado.

Esta segunda cinta de Carla Simón ya venía con fuerza:

1º Porque su ópera prima: Verano 1993, sigue siendo una de las mejores pelis que tiene el cine español. 

2º Ganó el Oso de Berlín a la mejor película.

3º Todos y todas las que la habían visto, hablaban de la belleza de la historia, de las imágenes y la pureza de un reparto no profesional.

Y todo se quedo corto ante esta historia enclavada en mi amada Cataluña, que me ha trasladado a veranos de mi infancia muy felices.

Pero ¿De qué va Alcarràs?

"El abuelo ha dejado de hablar, pero nadie de la extensa familia Solé, sabe por qué. Como cada verano, en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña, la familia cultiva una gran extensión de melocotoneros. 

Después de ochenta años cultivando la misma tierra, la familia Solé se reúne para realizar juntos su última cosecha".

LO MEJOR DE ELLA:

- Esa pureza que da una buena historia, tranquila, no amable en donde los sentimientos y las emociones no salen forzadas, sino cuando se necesitan y en el momento en el que a lo mejor el espectador o espectadora no esperamos.

- Esa calidez de Lérida, llena de melocotoneros que dan otros colores.

- Una cámara directa a lo que quieren enseñar: una, un animal, un árbol, el transcurso del agua...

- Un reparto impresionante en el que todos y todas y cada una de ellas conforman el puzzle perfecto de una historia que habla de la vida, la pasada, la presente y la incertidumbre que genera el no saber que va a ser de tu futuro.

- Un guion que enamora desde el principio y que desenfrena como en las pelis de Simón con un lloro que marca el punto de inflexión.

- El sentimiento de pertenencia a la familia.

- Esos silencios del abuelo que tanto cuentan.

- El poco valor que se le da al trabajo en el campo.

- La falta de memoria ante el poderoso caballero que es Don Dinero.

- La eterna cualidad de Simón de dejar jugar a los niños y niñas con una cámara delante.

Y es que así podría seguir y seguir. Yo desde hace muchos, pero muchos años no tengo relación con la familia de mi padre, por cosas que no vienen al caso, pero es que esta historia me traslada a momentos muy felices con mi yaya:

- Esos caracoles, ir a recogerlos y que fuera ella la que se tuviera que agachar.

- "Yaya que hay de comer: Butifarra catalana" bendita butifarra y benditas las manos de mi abuela.

- Melocotones en almíbar pero que mi yaya les dejaba el hueso, porque no el daba la gana quitarlo.

- Horas y horas jugando con mis primos a millones de historias.

- Sentir que los veranos eran eternos y esa felicidad que se paraba en esos meses, sin importar que viniera después.

Cuanta falta hacen al cine las miradas femeninas, habiendo personajes diversos en los que nos podemos ver reflejados tanto hombres como mujeres. Y esas historias bonitas, sanas, con fondo, haciendo un cine comprometido con su tierra y su vida.

No se si la habéis visto, pero de no ser así, por favor buscar una sala en vuestra ciudad e ir a verla, eso sí, en catalán que te envuelve y llena. En Madrid los cines Renoir y los Embajadores todavía la tienen en su cartelera. 

Viva el cine rinconeros y rinconeras!!! Os veo mañana :) :) :) :) :)


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