Hace unas semanas el despertador me saltó a las 08.50, el tiempo justo para levantarme, echar un pis, lavarme la cara, encender el ordenador y hacer mi mañana de teletrabajo, porque aunque mi horario habitual es por las tardes, mi jornada hace que los martes también trabaje por la mañana desde casa.
El martes pasado no tenía nada de especial:
- Mucho trabajo.
- Llamadas con mi compi para planear excursiones y ver como nos podíamos echar una mano.
- Duchita rápida a las 13 horas.
- Comida.
- Metro.
- Y dirección hacia el trabajo.
La semana pasada me tocada lo que llamamos nosotras "reco" en el colegio, por lo que allí en la puerta junto con mi otra compi viendo la tierra y macetas que había comprado llegó la hora de que la puerta se abrió y los y las personitas con las que trabajamos iban saliendo. Y seguíamos con la rutina, fila, hasta mañana, manos y ahí andando junto con una niña, planeando el sol que iba a tomar en el patio, mi pie izquierdo se dobló hasta fuera y ahí todo se paró.
No se como describiros el dolor, según pude intentar no caerme al suelo, sentí que me había hecho algo en el pie, porque ya no he podido volver a plantarlo. Después de unos nervios camuflados, me quede sola, en mitad de la calle, cogiendo un taxi, llamando a David y rompiendo a llorar.
Primero, de dolor.
Segundo, de miedo.
Tercero, de rabia.
Cuarto, porque hay cosas que cuando son tan inesperadas y no te las ves venir, te dejan KO.
Venía de un finde que en había comenzado con las actividades los fines de semana, ese día había estado planeando otras y el día de antes había llegado a casa los anillos que nos habíamos comprado David y yo para la boda, de la que ya faltan menos de tres meses.
Gracias a la vida o al destino no me roto el pie, y eso que lo sospeche, sintiendo el dolor y el no poder poner la planta del pie en el suelo, pero ha sido un esguince gordo que me ha dejado encerrada en casa, con muletas, heparina de todos los días, dolos físico y para que negarlo, mucha tristeza. Vale, que son cosas que no podemos controlar, pero pensé muchas cosas:
- No me jodas, ahora.
- Estaré recuperada para la boda.
- No me quiero perder la acampada.
- En dos semanas es mi cumple.
- Con todos los planes que tengo para Semana Santa.
Y llevo lidiando con todo eso desde hace una semana, muchos y muchas lo leeréis y pensaréis que soy idiota por tomármelo así, pero estoy acostumbrada a lidiar con dolores por la espondilitis, pero eso de estar escayolada, no poder moverme y depender de David para ducharme con el paso de los días lo estoy llevando mejor. Aunque hay veces que me quedo mirando la nada y me preguntó ¿Por qué a mí? Y me respondo, pues menos mal, que ha sido ahora y no el día de la boda o la acampada con los niños y niñas.
Sí es verdad, que hay cosas mucho peores, me podría haber roto el pie u operarme, pero es de estar en la cama o en el sofá y casi no poderme mover en la cama me está haciendo pasar malos ratos. Menos mal que una de las primeras llamadas que hice con mi recién estrenada escayola, fue a mi amiga Irene, y ella con su humor tan particular y tan nuestro me hizo reír y relativizar.
En principio me han dicho que la escayola solo la tendré hasta este jueves, así que ando -valga la ironía- portándome bien y haciendo caso de los consejos que me han dado porque espero como mucho a finales de abril estar volviendo a trabajar y afrontar ms últimas semanas de soltera con energía y amor. Porque este último no me ha faltado en esta última semana y eso que tampoco se lo he contado a mucha gente, salvo las amigas más cercanas.
Así que rinconeros y rinconeras, mi escayola y yo nos despedimos de vosotros y vosotras pero solo hasta dentro de un ratillo que os quiero compartir el final de una serie épica...
No hay comentarios:
Publicar un comentario