¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.
¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
Hoy hace 125 años que en Fuente Vaqueros nació el poeta, el dramaturgo, el músico, el obrero del teatro, hijo, tío, sobrino, primo, amigo... hoy hace 125 años que nació Federico García Lorca.
No se si alguna vez os he contado de donde me viene el amor por la obra de este hombre. Cuando era niña, estuve tiempo ingresada en el Hospital La Paz, y los días, las tardes y las noches se hacían largas, sobre todo para mi madre, y ahí en esos silencios, estaban los versos de Federico, sus obras de teatro, como banda sonora.
Fui creciendo y mi madre siempre que hablaba sobre él, me decía "mi chico".
Llegó el Bachillerato y a los 18 años tuve por primera vez en mis manos La casa de Bernarda, una historia mil veces oída, pero que era la primera vez que la tenía en mis manos. El impacto fue tremendo, por la historia, por la cerrazón, por esas mujeres, por ese calor que desprende, por ese hermetismo asesino... Tuve claro ahí, en ese momento, que el romance literario con Federico sería de por vida.
A los 23 años estudiando Arte Dramático, él era un necesario autor al que recurrir, y llegar a cuarto y hacer esa Casa y esa Bernarda, una ilusión, que hoy con 40 años sigue muy viva.
Como sabéis en diciembre del año pasado hice el ansiado viaje a Granada, a esa Granada de Federico, a esas calles donde él ando, soñó, se enamoró... escuchando ese sonido del agua en las acequias y recorriendo lugares donde él estuvo, nació, creció y escribió. Un viaje que viví con emoción, ilusión y ganas. Mis piernas llegaron cansadas y el reloj marcaba muchos pasos, pero fue un viaje con el que había soñado desde niña.
Estar en sus casas fue sentir que había estado ahí, sentido, ideado, escrito. Rozar ese piano de La Huerta de San Vicente creo que es de las emociones más fuertes que he sentido. David y yo nos mirábamos, y sentíamos ese silencio que nos tatuamos meses después y que tiene un significado diferente para cada uno, pero supimos sin hablarlo que ese viaje sería especial, uno de los más emocionales e importantes de nuestros años juntos.
Federico me unió con mi madre de por vida pero también me ha unido a David. Un lazo fuerte en el que los dos admiramos su obra y legado que dejo a una España muy sombría que no le volvería a nombrar con naturalidad hasta muchos años después de su asesinato.
Muchas veces he oído ¿Dónde hubiera llegado Federico sino le hubieran matado? Por desgracia eso nunca lo sabremos, porque unos asesinos decidieron ejecutar aquella frase de Millan Astray de "muerte a la inteligencia" ejecutando su cuerpo, pero nunca su obra, sus ensayos, sus viajes, su figura. Porque mataron su cuerpo e hirieron de por vida a su familia, pero jamás nos robarán su obra y el significado tan actual que le podemos encontrar casi 100 años después de haber comenzado a hilarla.
Mi amiga Lorena hace unos meses me dijo: al final te vas a hacer una experta en este hombre.
No creo, lo que sí se, es que le he admirado desde niña; lo admiro y respeto su figura y obra en la actualidad, nombrándolo siempre que puedo, y estoy segura que me acompañará de por vida. Más que nada porque ese SILENCIO que sentimos en Granada y del que yo vivo obsesionada desde que a los 18 años lo leí como última palabra de La casa de Bernarda Alba está en mi mano izquierda tatuada, como símbolo de respeto hacia él y a mí misma, para no dejar que jamás nadie silencie mis ideas.
Así que gracias Federico.
Y me despido de vosotros, con una canción muy especial, porque al piano está él.
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