Hace unas semanas salió en la prensa la noticia de una chica en Murcia que había hecho público a través de las redes sociales que la habían drogado en la bebida de la discoteca donde había estado. Y con tantos años que han pasado, m preguntó ¿El mundo no cambia? ¿Las mujeres siempre vamos a tener que estar indefensas a los deseos, voluntades o monstruosidades de otros?
Hace unos 16 o 17 años, una noche donde en Madrid celebrando las Fiestas del Orgullo Gay, fui con una amiga a Chueca pero viendo que había tanta gente que no nos podíamos ni mover, decidimos irnos a la Cubierta de Leganés. Una vez que llegamos allí, entramos en un local (bareto/bar de copas), donde muy raro en mí, me pedí una cerveza Heineken -por los y las que me conocen saben que yo no bebo cerveza y de hacerlo, lo hago con limón-. Pero al tercer trago me comencé a encontrar muy rara, mareada, con ganas de vomitar, con una sensación de vacío que me hacia sentir que iba a desmayar.
Lo siguiente que recuerdo es estar fuera en la calle con mi amiga Lorena sujetándome el pelo mientras vomitaba y vomitaba sin poder ponerme en pie, porque todo a mi alrededor me daba muchas, muchísimas vueltas.
Tuvimos que estar durante horas que a mi se me pasaron deprisa porque a ratos sentía que perdía el conocimiento -no creo que a mi amiga igual- hasta poder volver a casa, ¿Por qué que iba a pensar mi madre? En esa época yo vivía sola con ella y me daba mucha angustia darla un disgusto.
Como os decía, pasadas las horas, una compañera de trabajo me acerco a mi casa junto con mi amiga, y de lo poco que me acuerdo eran las palabras de Lorena: "Por favor Naty que tienes que subir a casa y está Maribel y no te puede ver así, que la vas a dar un disgusto y un susto enorme". En todo esos momentos de pequeña lucidez, yo pensaba "coño pero si es que no he bebido nada", vamos que no me había dado ni tiempo, porque de la cerveza bebí como mucho, tres tragos.
La cara de mi madre y el enfado fue monumental porque según llegué a casa estuve durante horas y horas vomitando y tirada el el suelo del baño. Todavía recuerdo a mi madre llorando diciéndome: Naty como me haces esto... A mis lágrimas se mezclaban unas taquicardias que sentía que se me salía el corazón por la boca, mientras le decía a mi madre: "mamá si no he bebido nada te lo prometo".
No pude ir a trabajar en tres días, al segundo día hablando con mi amiga, pensé, que sino había bebido como me había puesto tan mala, y la conclusión fue terrible, me drogaron en la bebida. Es decir, en esos tres tragos que yo eche, mientras dejaba el botellín en la barra algún tipejo me echo algo en la bebida ¿Con qué objetivo? Porque los días que pase tan malos no se los recomiendo a nadie, tanto a nivel físico como emocional, sentí que mi vida no valía nada y que cualquiera podía decidir sobre mi. Todavía a día de hoy y tantos años después, no dejo jamás un vaso en ningún sitio apoyado por miedo.
Pero sobre todo sentí una horrible sensación de vulnerabilidad, de que habían decidido por mí algo que yo no quería, alguien me había metido algo en la bebida con un fin que jamás podré saber pero que el solo pensamiento hace que me recorra un escalofrío por el cuerpo. Porque ya no solo a mí, sino el susto a mi amiga y el tremendo disgusto de mi madre.
¿Por qué escribo este post? Cuando vi la noticia en Murcia sentí una impotencia enorme porque casi 20 años después, la vida de las mujeres en demasiadas ocasiones está en manos de otros, que deciden sobre nuestros cuerpos, estados o vidas. Y eso joder -y perdonarme por la palabra- me da mucha rabia, enfado y hasta os diría ira. Porque si me quiero drogar o no, es o era una decisión personal, y, nadie tenía derecho a decidir sobre mí o mi cuerpo. Yo soy mi propia dueña, y que alguien decida elegir sobre ti o tu vida me indigna. Y me indigna como os decía que 20 años después las cosas no hayan cambiado y que las mujeres no podamos disfrutar del ocio nocturno en las mismas condiciones que los hombres.
Desde pequeña me han enseñado a cuidarme, a defenderme, a no hacer mucho ruido... no en mi casa que siempre me han educado sin tener en cuenta mi sexo, sino fuera en el entorno, con palabras tales como:
- "Vas a salir con esa falda tan corta, si fueras mi hija te cambiabas de ropa".
- "Luego os quejáis de lo que os pasa con esa ropa".
- "Vuélvete a casa en taxi, que ir sola por la noche es peligroso".
- "Cuando vayas a venir llámame desde el taxi para esperarte en el portal".
Y me enfada pensarlo, porque no solo ha sido mucho el dinero que me he gastado en taxis para volver a casa, no por miedo al que me pasaría, sino por miedo a que cualquier sin vergüenza decidiera hacerme daño; sino la rabia que me recorre el cuerpo de no haber podido hacer lo que me saliera del alma por miedo a otros, por miedo a que otros decidan sobre nuestros cuerpos y vidas. Y me repito 17 años después de aquella noche en Leganés, las cosas no han cambiado mucho.
Estoy cansada de los mensajes de aprender a cuidarnos, no perdona, educar a los hombres en respetar a las mujeres, no viceversa.
Que pena que el camino por recorrer sea tan largo y que parezca que nunca tendrá un final.
Que pena que a día de hoy casi el 20% de los chicos jóvenes de 15 a 25 años creen que la violencia machista en una ideología de las feministas no una realidad de la que hablan solas las cifras sobre asesinatos o agresiones a mujeres, chicas adolescentes o niñas.
Que pena que no podamos perder el control una noche por miedo.
Que pena que a día de hoy se sigan cuestionando derechos tan básicos para las mujeres como lo son el aborto.
Que pena que en el derecho de tu libertad, que salgas una noche y acabes drogada por un sin vergüenza.
Que pena rinconeros y rinconeras, que sigamos teniendo que estar siempre alerta, esta sociedad todavía tiene muchas deudas con nosotras, y como decía Simone de Beauvoir, bastará una crisis social, económica o cultural para que los derechos de las mujeres sean cuestionados.
Hasta mañana :) :) :) :) :)
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