La obra de teatro que siento este jueves es quizás la obra maestra de Matín McDonagh, de cosas que no son fáciles de contemplar. El mundo para McDonagh es un lugar hostil en el que pocas cosas nos ayudan a escapar del horror. Una de ellas es, sin duda, el arte y, más concretamente, la literatura.
Cuenta con un gran reparto: Belén Cuesta, Ricardo Gómez, Juan Codina y Manuela Paso, que bajo la dirección de David Serrano, nos dice que lo que es para McDonagh, lo es para Katurian, la escritora de cuentos protagonista de esta función -que he leído que definen como maravillosa-, quien se encontrará frente a un dilema con el que muchos artistas se enfrentan cada día: ¿Hasta qué punto es un creador responsable de la percepción que tienen los espectadores o espectadoras de sus obras?
Katurian escribe cuentos, cuentos pequeños, pequeñas piezas que nos hablan de infancias destruidas por la violencia, de un mundo que una vez fue un lugar casi perfecto, pero en el que, en un momento determinado, todo se torció. Sus cuentos son brutales, terribles, pero, al mismo tiempo, están llenos de poesía, incluso de una extraña y particular belleza, tal y como defiende Katurian, y seguramente también McDonagh, que es el mundo en el que vivimos. "No hay finales felices en la vida real" dice McDonagh en boca de su protagonista.
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