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miércoles, 14 de septiembre de 2016

La memoria del agua: no esconde la tristeza ni el dolor, porque es el motor por el que funciona

Si no recuerdo mal, hace bastante tiempo me senté en este rincón para hablaros de la que era una de mis escenas favoritas del cine, cuando Javier Bardem quita la cama en Mar Adentro y vuela por los campos gallegos hasta llegar a su amada mar, la que tanto ama y tanto le quito.



Luego llegaron para añadir a esta escena, otras dos:

1. Blanca Suárez encerrándose en un armario en La piel que habito, simplemente dureza y crueldad en cada rasgo de ella y en la impotente cara de Antonio Banderas.

2. Natalia de Molina abrazada al actor que hace de su hijo en Techo y Comida mientras el resto de los mortales celebra el Mundial, muestra de la situación desgarradora e injusta que han vivido y siguen viviendo muchas familias en España.

Pues hace unas semanas vi La memoria del agua, una película del argentino Matías Bize. Y con ella llega mi cuarta escena increíble del cine, pero primero os contaré algunas cosillas de esta película que va a cara descubierta, porque en ningún momento esconde que va a ser triste y dura, como la muerte de un hijo.


Una joven pareja, tras la muerte de su hijo, lucha por mantener su relación. Este inmenso dolor los ha fracturado como pareja y a pesar de la mucho que se quieren, no pueden sobreponerse a la inmensa pérdida.

Asistimos a la sutil construcción de sus nuevas vidas, y observamos sus movimientos por olvidar lo que fueron como pareja. Pero la posibilidad de un nuevo reencuentro aparece y ellos saben que esa decisión podrá cambiar el sentido de sus vidas para siempre.

Es una película en la que cuanto menos hablan los personajes más salen a florecer los sentimientos sin pudor y con una fuerza que inunda la pantalla de forma pulcra, sincera, sin artificios y con una banda sonora que nos recuerda a cada rato el drama del que somos testigos.

Vemos el dolor en sus caras, en su andar, en su día a día, nos muestra la contradicción del dolor entre la madre y el padre, porque mientras ella se encierra en ese dolor sin fin el trata de recuperar a su familia, quizás sin haber llorado la que ha perdido.


Anaya es una de esas actrices que yo desconozco su método, pero siempre es perfecta, deliciosa, cuidadosa, sensible, te arrolla y te roba el corazón desde que comienza la película, pero es que no podemos obviar a Benjamín Vicuña, esa contención, pureza de los ojos y poco pudor de mostrar un personaje encorsetado en el dolor pero con ansías de vivir.

Esta película como os comentaba antes tiene esa cuarta escena del cine, que me ha enamorado por su dureza, por su crudeza, por la cara de los actores, como transmiten ese dolor tan profundo del alma. Que es ese monólogo de Anaya ante un perplejo Vicuña, en el que le dice una frase que a mi me desmontó: "Arráncame la parte del cuerpo donde está porque le quiero volver a ver".

Que bonito es ver películas valientes, profundas que tratan de poner cara al dolos humanos, el cien siempre nos regala pequeñas perlas como es esta Memoria del agua.

¿Os la recomendaría? Pues sin lugar a dudas, porque es hermosa, triste, apática, directa, en definitiva, una delicia.

Que bonito es el cine cuando nos regala esas sensaciones y emociones tan intensas.... Besos rinconer@s y hasta mañana :) :) :) :) :)


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